marți, 15 mai 2012

DANZA




«Que se alegre Israel por su Creador, los hijos de Sión por su Rey. Alabad su nombre con danzas, cantadle con tambores y cítaras».

Quiero danzar en mi mente, si no ya con el cuerpo, para expresar con la totalidad de mi ser la totalidad de mi entrega a Dios. Quiero danzar como David danzó delante del Arca, como Israel danzó delante del templo, como pueblos de toda la tierra han danzado en adoración litúrgica ante el Señor del espíritu y la materia.

La danza es el cuerpo hecho oración. Salmo de gestos. Rúbrica de movimientos. El cuerpo habla con más elocuencia que la mente, y una inclinación rítmica vale por mil invocaciones. Si el que canta «reza dos veces», ¿qué no hará el que danza?

La danza compromete al danzante en presencia del pueblo. Es pública, abierta, manifiesta. La danza es una profesión de fe. El danzante tiene derecho a reclamar para sí la promesa solemne: «Si alguien se pone de mi parte ante los hombres, yo me pondré de la suya ante mi Padre que está en los cielos».

La danza trae el arte a la oración, y esa noble empresa se hace acreedora a la gratitud por parte de todos los hombres y mujeres que aman la oración y aman el arte. ¿Por qué han de ser feas las imágenes religiosas? ¿Por qué han de ser aburridos los libros religiosos? ¿Por qué ha de ser monótona la oración? ¿Por qué ha de ser abstracta la fe? La danza cambia todo eso en un instante, con sólo cimbrear el cuerpo y batir palmas. Arte y religión. Belleza y verdad. Quiero aprender a hacer mi oración gozosa y mi culto estético para gloria de Dios y regocijo mío.

«Que los fieles festejen su gloria y canten jubilosos al arrodillarse ante él».

Sursa: CARLOS, G. Valles. Busca tu rostro. Orar los salmos. Santander: Sal Terrae, 1989, 
pag., 267.

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